Oír la respiración agitada, ver el sudor cubrir de a poco el cuello, observar las fibras de piernas, brazos y espalda, mirar donde ella mira, seguir sus pasos, su diálogo con una gravedad que al mismo tiempo es aliada y enemiga. Descubrir a un ser humano en el rito de la danza, con aquello que revela y la idea de todo cuanto queda en el misterio. De esto se trató la experiencia vivida junto a María José Rivera y su Monólogo de la paloma ofrecido en el pequeño e íntimo escenario del Teatro Municipal de Cámara.
Rivera es, además de bailarina, coreógrafa licenciada por el Instituto Nacional de Bellas Artes en México. Según explicó al final de las dos actuaciones de principios de agosto, el monólogo es la primera obra que preparó íntegramente en Bolivia, su país natal. Los versos de Recorrer esta distancia, de Jaime Saenz, le sirvieron para ponerse a volar, para proponer el concepto de libertad desde un espacio cerrado: la jaula humana —un cuarto— perfilada por la escenografía de papel.
De cuanto se podría hablar de la obra y de su creadora hay una idea intensa presente en el Monólogo de la paloma: el riesgo, ese riesgo que es la cualidad de las artes como la danza o el teatro que se desarrollan “en directo”, ante los ojos del espectador. Allí está la bailarina moviéndose, hilando algo cuyo sentido, al menos básico, se espera que llegue al receptor. Allí está la artista evocando arquetipos del origen de la danza, de la necesidad de expresarse con el cuerpo. Y allí está, estrellando un vaso de cristal contra el piso por el que luego, con los pies desnudos, irá avanzando como un equilibrista sobre la cuerda floja.
Así las cosas, claro que estas artes seguirán vivas aun en medio de tanta virtualidad.
La Razón, 12 agosto 2007